22/8/16

Cuando Venus se puso la estola [SPOILER]

Cartel promocional de La Venus de las Pieles, un film de Roman Polanski

Dos personas y un teatro. Es todo lo que necesita Polanski para narrar una de esas historias sobre otras historias en la que llega un punto en el que no sabes en qué parte de la narración está uno pero que, a decir verdad, tampoco parece demasiado importante saberlo. Eso es lo que ocurre en La Venus de las Pieles, una película de Roman Polanski que, sin duda, resulta imprescindible. Ya desde el principio, el director arrastra al espectador a ese juego de muñecas rusas, de cajas dentro de otras cajas en las que, en un segundo, todo puede volverse del revés antes de que hayas tenido tiempo de pestañear.

Un teatro que se abre, invitándonos a la función que se va a representar ante nuestros ojos, fijos detrás de una pantalla. Vanda está chorreando, vestida de cuero, como salida de un club de striptease de mala muerte. Y junto a ella, Thomas, un hombre erudito, culto, bien peinado, el adaptador de la obra que da título a la película, La Venus de las Pieles. Las apariencias están claras: él tiene el poder, controla la situación. Y ella, que ha llegado tarde y no parece tener demasiada idea de la obra, no va a conseguir el papel. Pero la realidad es mucho más compleja y enrevesada que lo que parece a simple vista.

Todo es un juego

Todo es un juego desde el principio: la película se basa en la obra de teatro de David Ives, quien a su vez se inspiró en la novela de Leopold von Sacher-Masoch, un autor del siglo XIX a quien el mundo de hoy en día le debe la palabra masoquismo. Así, nuestra realidad (el espectador ve una película) es igual de clara-pero-difusa que la realidad de Vanda y Thomas. Porque lo que en un principio parece algo simple (ver una película, presentarse a una audición), pronto se torna en otra cosa mucho más compleja (una película de una obra de una novela, una audición que se alarga, se entrecorta o se cambian los papeles). Si Calvino hizo con Si una noche de invierno, un viajero una novela sobre la lectura, Polanski hace con La Venus de las Pieles una película sobre el arte de contar historias.

Especialmente destacable es el papel que hace Emmanuel Seigner, la esposa de Polanski, quien también encontró su propia manera particular de encarnarse en la película a través del otro protagonista, Mathieu Amalric, a quien caracterizó de manera muy similar a como el propio director era durante sus años de juventud. De nuevo, el juego de la confusión.

Fotograma de la película
Seigner encarna a Vanda, una actriz que, después de un día ‘de mierda’, acude al teatro en el que Thomas (Amalric) está realizando audiciones para el papel de, cómo no, Wanda von Dunajew, la protagonista de esta historia sobre la dominación sexual. La mujer parece no tener absolutamente ni idea de la obra, y, según afirma, se ha ido leyendo el guion en el metro. Pero, sorpresa, sorpresa, y como ya hemos dicho antes, nada es lo que parece. Porque en cuanto se pone el traje que lleva en la mochila ‘para meterse en el papel’, todo cambia. De pronto, la mujer que suplica a Thomas que le deje hacer la prueba, se convierte en la viva encarnación de la protagonista de la obra de Masoch: una mujer fría y dura decidida a vivir la vida todo lo que pueda, sin ataduras. Wanda no tarda en cautivar a Severin von Kusiemski, un escritor que se aloja en la habitación de al lado de su hotel, de carácter sumiso y dubitativo, que pronto le confiesa cuánto disfruta al verse humillado a manos de una mujer y le pide que, aunque ella no acceda a casarse con él, al menos le permita ser su esclavo.

¿Realidad o ficción?

Pronto empiezan a verse una serie de paralelismos entre ambas mujeres: Vanda es una mujer inteligente y decidida, aunque empeñada en ocultarse a toda costa. Una única persona en la que se ocultan muchas otras mujeres, que van cambiando, disfrazándose constantemente. Un minuto es una baronesa del siglo mil-ochocientos-y-pico, al siguiente la encarnación de Venus; luego es una reputada psicoanalista que no duda en sacarle a Thomas todos sus temores y sus deseos, o una ‘mujer fatal’. Incluso llega a decirle a Thomas que es una detective contratada por su prometida para poner a prueba su fifrlidad. Vanda, en definitiva, es una verdadera mujer camaleónica de la que solo brevemente podemos atisbar algún que otro deje de sufrimiento y hastío de su propia vida frenética.

Thomas, por su parte, también guarda muchos paralelismos con Sevrin, el protagonista de la obra de Masoch. Este adaptador, como se empeña en llamarse a sí mismo, es un hombre dubitativo y sentimental pero a la vez intransigente y egocéntrico, que odia a todo aquel que no tenga una opinión como la suya. Thomas no es sino un escritor instalado en la comodidad con el oculto deseo de poder salir de ella al menos durante el tiempo que dura la obra de teatro, en la que tal vez haya puesto más de él mismo de lo que quiere llegar a reconocer. Se trata de un hombre frágil que busca desesperadamente una mujer que lo proteja, que lo domine como a Sevrin, pero que, al mismo tiempo, se deje dominar cuando él mismo se canse de estar dominado. Thomas disfruta y se aterra a partes iguales frente a Vanda, que representa exactamente a la mujer junto a la que querría estar, pero a la que en ningún momento llega a tocar. 

Emanuel Seigner en la piel de Vanda

Dominio, tensión y tentación

Las diferencias de opinión entre ambos protagonistas son patentes desde el principio: mientras que él considera la novela como ‘una historia de amor’, ella la ve como una obra machista y denigrante, en la que la mujer es representada como la mala y el hombre como el bueno, aunque en realidad sea él quien se empeñe en servirla y la corrompa. Él, como no, no tarda en calificarla de ignorante por ello, negándose a considerar si quiera que él haya podido escribir una obra que sea denigrante para la mujer, aun cuando su guion empieza con una cita del Libro de Judith que afirma que "Dios le castigó, poniéndole en manos de una mujer".

Así, vemos como la tensión y la sensación de estar atrapado se va incrementando a lo largo de toda la película, al mismo ritmo que la barrera entre realidad y ficción va desapareciendo y los personajes van perdiendo ropa. Al final, el espectador se encuentra tan atrapado como los protagonistas, sin poder escapar y sin saber a qué conducirá todo. El clímax de la película llega, sin duda, cuando él, que pensaba todo el tiempo que tenía la situación bajo control (fruto sin duda de su egocentrismo) se da cuenta de que, en realidad, ha estado dominado por ella todo el tiempo, que lo ha atado y llevado hacia donde ha querido, aunque haya sido ella la que llevaba el collar de perro durante casi toda la película.

La Venus de las pieles es, sin duda una obra que tienta a los límites de la conciencia humana, del autocontrol y de la personalidad. Una especie de test de resistencia a la presión mental en la que acabamos comprobando que, al final, todos estamos locos. 
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